Minería submarina: Una solución que podría convertirse en parte del problema
El fondo del mar contiene metales muy valiosos y varios países quieren competir para explotar esos recursos
Poca gente ha oído hablar del pequeño país de Nauru. Aún menos piensa en lo que ocurre en el fondo de los océanos. Pero esto pronto podría cambiar. Se estima que el fondo marino contiene metales por valor de billones de dólares y esta nación insular del Pacífico está decidida a adelantarse a la competencia mundial en sondear esas profundidades
El objetivo son rocas del tamaño de una papa que los científicos llaman nódulos polimetálicos. Estos preciados cúmulos, que se encuentran en el fondo del océano, pueden tardar más de tres millones de años en formarse.
Su alto valor se debe a que son ricos en manganeso, cobre, níquel y cobalto; materiales que se señalan como esenciales para electrificar el transporte y descarbonizar la economía en medio de la revolución tecnológica verde que ha surgido para hacer frente a la crisis climática.
Aspirar estos preciados trozos requiere una extracción industrial mediante enormes excavadoras. Estas máquinas, que suelen pesar 30 veces más que las excavadoras estándar, se elevan con grúas por encima de los costados de los barcos y luego se sumergen kilómetros bajo el agua, donde recorren el fondo marino, succionando las rocas, triturándolas y enviando un lodo de nódulos triturados y sedimentos del lecho marino, desde 4 mil a 6 mil metros de profundidad, a través de una serie de tuberías hasta el barco que está encima.
Tras separar los minerales, las aguas procesadas, los sedimentos y los “finos” mineros (pequeñas partículas del mineral de los nódulos triturados) se conducen por la borda a profundidades aún desconocidas.
Pero cada vez más biólogos marinos, defensores de los océanos, reguladores gubernamentales y empresas sensibilizadas están dando la voz de alarma sobre una serie de problemas medioambientales, de seguridad alimentaria, financieros y de biodiversidad asociados a la extracción submarina.
Les preocupa que los barcos que realizan esta extracción vuelvan a arrojar al mar las enormes cantidades de residuos tóxicos y sedimentos producidos al triturar y bombear las rocas a la superficie, lo que afectaría a peces más grandes de la cadena alimentaria, como los atunes, y contaminaría la cadena mundial de suministro de productos del mar.
También sostienen que la extracción puede ser contraproducente en relación con el cambio climático, ya que puede disminuir la capacidad de captura de carbono del fondo marino. Los críticos temen que, al remover el fondo oceánico, las empresas mineras liberen carbono en el medio ambiente, socavando algunos de los beneficios que se pretenden obtener con el cambio a coches eléctricos, aerogeneradores y baterías de larga duración.
Douglas McCauley, director del Instituto Oceánico Benioff de la Universidad de California en Santa Bárbara, advierte del peligro de intentar contrarrestar la crisis climática con soluciones que se basen en el “paradigma de simplemente arrancar una nueva parte del planeta”. Si el objetivo es frenar el cambio climático, arguye, no tiene mucho sentido destruir los ecosistemas de aguas profundas y la biodiversidad marina, que actualmente capturan y almacenan más carbono que todos los bosques del mundo.
Si la alta mar representa la última frontera de la Tierra, el fondo marino fuera de las aguas nacionales es una frontera aún más allá, un reino sujeto a un régimen único en el derecho internacional que considera que la zona de los fondos de los océanos y sus recursos deben ser gestionados por una organización, llamada Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA, por sus siglas en inglés), en nombre de toda la humanidad.
“Pero quién se beneficia y cómo de esta nueva fiebre por la minería de los fondos marinos sigue sin estar claro”, señala Kristina Gjerde, asesora de políticas de alta mar del Programa Marino Mundial de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). “Y tampoco está claro qué constituye un beneficio para la humanidad, ya que el fondo marino está lleno de una biodiversidad incalculable, gran parte de ella de vital importancia para la supervivencia de nuestro planeta”.
Aun así, Nauru espera seguir adelante con la explotación de los fondos marinos. Situada en Micronesia, al noreste de Australia, la pequeña isla es uno de los países más pequeños del planeta, con una superficie de 20 kilómetros cuadrados y una población de unos 12.000 habitantes. Al avanzar más rápido que su competencia, este país en desarrollo y escaso de dinero espera obtener una ventaja temprana en un mercado potencialmente multimillonario, aunque es probable que Nauru sólo reciba una pequeña fracción de los beneficios financieros de la minería submarina de la empresa canadiense que patrocina.
En junio, Nauru dio el primer paso para poner en marcha la industria. Anunció ante ISA sus planes de presentar en 2023 una solicitud de extracción comercial en nombre de su entidad patrocinada NORI. Dicha solicitud se juzgará en función de las normas de explotación minera de los fondos marinos que existan en ese momento, sean definitivas o no.
Más de una docena de países, como Rusia, Reino Unido, India y China, tienen contratos de exploración de 15 años. El gobierno de la India ha reservado recientemente 544 millones de dólares para impulsar las inversiones del sector privado y la investigación tecnológica en esta industria. Pero Nauru está tomando la delantera en parte porque los dirigentes del país creen que pueden beneficiarse de ser los primeros.
El interés internacional por la explotación minera de los fondos marinos se ha avivado gracias a la combinación de nuevos avances en robótica, cartografía informática y perforación submarina, junto con precios históricamente altos pero fluctuantes de las materias primas. Se dice que las empresas mineras de todo el mundo están buscando nuevas fuentes tras haber agotado gran parte de las reservas de fácil acceso del mundo. Los metales que buscan se utilizan en imanes, baterías y componentes electrónicos para teléfonos inteligentes, aerogeneradores, pilas de combustible, coches híbridos, convertidores catalíticos y otros aparatos de alta tecnología. Estos metales se encuentran habitualmente en tierra firme, pero algunos temen que no sean suficientes.
“Con la disminución de los recursos en tierra, con el crecimiento exponencial de la demanda y la escasez en circulación (reciclaje), es necesario encontrar fuentes alternativas de metales críticos necesarios para permitir la transición energética hacia economías de carbono cero”, defiende Bramley Murton, investigador marino del Centro Nacional de Oceanografía del Reino Unido. En conjunto, se estima que los nódulos del fondo oceánico contienen seis veces más cobalto, tres veces más níquel y cuatro veces más itrio que en tierra firme.
Empresas mineras como DeepGreen hacen hincapié en el impacto destructivo para el medio ambiente de la minería terrestre y afirman que labrar el fondo marino es una opción mucho mejor. “El único camino hacia los metales sostenibles es acumular suficientes reservas de metal para pasar de los metales extraídos a los reciclados”, señaló Dan Porras, jefe de comunicación y marca de la empresa, a Bloomberg News. “Nuestro objetivo declarado es inyectar suficientes existencias de metal primario en el sistema para permitir este cambio y salir de la extracción primaria lo antes posible”. Las empresas mineras se centran especialmente en una parcela específica del mar que se extiende desde Hawai hasta México y que colinda con la zona económica exclusiva de Nauru. Se calcula que el fondo oceánico bajo esa zona, conocida como Zona Clarion-Clipperton, contiene metales valorados entre 8 y 16 billones de dólares.
Nauru se ha asociado con NORI, que es propiedad de una empresa con sede en Canadá llamada The Metals Company, para explorar esta zona. “Estamos orgullosos de que las naciones del Pacífico hayan sido líderes en la industria de los minerales de aguas profundas”, declaró un escrito del representante de Nauru enviado a ISA.
Los científicos han medido de forma conservadora el impacto de las licencias de explotación minera de 20 años. Cada una de estas licencias permitirá la extracción directa de unos 8.000 kilómetros cuadrados del fondo del mar y afectará “fácilmente” a otros 8.000-24.000 kilómetros cuadrados de la vida del lecho marino circundante por las plumas de sedimento generadas por la explotación del suelo. Estiman que las “especies obligadas a los nódulos” -los animales que viven en los nódulos o, como los pulpos de aguas profundas, que los necesitan para sobrevivir- tardarán millones de años en recuperarse e incluso los animales que viven en el sedimento circundante pueden tardar entre cientos y miles de años en recuperarse del impacto de la minería.
Algunos stakeholders se muestran escépticos. En marzo, decenas de empresas -entre ellas BMW, Volvo Group, Samsung y Google- se comprometieron a no abastecerse de minerales de los fondos marinos. En junio, el Parlamento Europeo pidió una moratoria sobre la minería submarina y solicitó al poder ejecutivo de la Unión Europea que dejara de financiar la tecnología para impulsar esta actividad.
Algo que preocupa a los críticos de la minería del fondo marino es que las gigantescas máquinas de succión, trituración y recolección de la industria levanten enormes y asfixiantes nubes de sedimentos -tanto a lo largo del lecho marino como en lo alto de la columna de agua- que bloqueen la luz, desplacen el oxígeno, produzcan cantidades nocivas de contaminación acústica y dispersen toxinas que dañen la biodiversidad, afectando en última instancia a toda la cadena trófica. Esta contaminación, argumentan, podría suponer una amenaza para la seguridad alimentaria de los países en desarrollo y costeros, cuyas poblaciones de peces y otras especies del fondo del mar quedarían diezmadas.
“Necesitamos mucho más tiempo para que se lleven a cabo investigaciones, no por parte de las empresas mineras, sino por parte de especialistas en fondos marinos que sean independientes”, asevera Kelvin Passfield, director de la Sociedad Te Ipukarea en las Islas Cook. Como Te Ipukarea, organizaciones sin ánimo de lucro de Fiyi, Vanuatu y otros lugares de las islas del Pacífico temen el impacto que estas plumas tendrán sobre los pescadores locales y sobre su seguridad alimentaria.
Otros críticos consideran que la explotación minera submarina es una especie de esquema ponzi destinado a atraer capital de riesgo a pesar de que sigue siendo muy incierto que dicha inversión genere dinero a largo plazo. En una carta enviada el 1 de junio a la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos, varios grupos de vigilancia ambiental y financiera pidieron una investigación federal sobre DeepGreen. Alegaban que la empresa había exagerado en los documentos federales la rentabilidad potencial y no había revelado las quiebras anteriores ni los costes probables para los inversores de los riesgos medioambientales potencialmente catastróficos de la explotación de los fondos marinos.
Matthew Gianni, cofundador de la Coalición para la Conservación de las Profundidades Marinas, mantiene que las empresas mineras del fondo oceánico están intentando vender una falsa decisión entre tener que extraer cobalto y níquel en tierra o en las profundidades marinas, mientras que afirman que se necesitan cientos de millones de toneladas de estos metales para construir baterías para vehículos eléctricos y otras tecnologías de almacenamiento de energía renovable. “No necesitamos construir baterías ni con níquel ni con cobalto. Tesla y BYD, el segundo mayor fabricante de vehículos eléctricos del mundo, están fabricando coches con baterías de fosfato de hierro y litio, con poco o ningún níquel o cobalto, que se están vendiendo inesperadamente bien”, explica. Un mejor diseño de los productos, el reciclaje y la reutilización de los metales que ya están en circulación, la minería urbana y otras iniciativas de la economía “circular” pueden reducir enormemente la necesidad de nuevas fuentes de metales, aduce.
Las profundidades marinas, que en su día se consideraban relativamente inertes, son ahora consideradas por la mayoría de los científicos un entorno rico en especies y poblado por criaturas que prosperan en condiciones que parecen imposibles de alcanzar. Sin embargo, gran parte de la biodiversidad del fondo oceánico es especialmente vulnerable a los cambios pues su hábitat, muy alejado de la superficie, rara vez se ve perturbado.
Los océanos ya se enfrentan a una lista abrumadora de amenazas, que van desde la sobrepesca, las pruebas de sonar, los vertidos de petróleo y la contaminación por plásticos, hasta el aumento del nivel del mar y de la temperatura, la acidificación, el agotamiento del oxígeno, las floraciones de algas y las redes fantasma. A esto hay que añadir las tensiones adicionales a las que se enfrenta la biodiversidad del fondo marino: los cables de Internet, la pesca de arrastre de fondo, la búsqueda de tesoros, las perforaciones de petróleo y gas, el blanqueamiento de los corales o el hundimiento de las plataformas de perforación retiradas, entre otras. En 2019, la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) publicó su informe de Evaluación Global, en el que se estimaba que un millón de especies están en peligro de extinción, muchas de ellas desaparecerán en las próximas décadas a menos que revirtamos los factores que impulsan la pérdida de biodiversidad.
Uno de los mayores retos para avivar la preocupación por este tipo de minería es que los fondos de los océanos estén tan alejados -geográfica, emocional e intelectualmente- del público que se beneficia de ellos. La mayor parte de los fondos marinos del mundo, un lugar mítico y misterioso, ni siquiera está cartografiada. Mucho menos se conoce o se gobierna con solidez. En las profundidades de la línea de flotación siempre está oscuro, y muchos de sus habitantes suponen un desafío para su clasificación en la taxonomía tradicional de animales, plantas y minerales.
Ninguna solución a un problema tan complejo como la crisis climática se producirá sin que se tomen decisiones difíciles y se asuman costes elevados, sobre todo cuando el público mundial intente desprenderse de los combustibles fósiles. Lo difícil, sin embargo, es averiguar cómo dar un paso adelante sin retroceder tres.
Ian Urbina y Marta Montojo trabajan en The Outlaw Ocean Project, una organización periodística sin ánimo de lucro con sede en Washington DC que se centra en los asuntos medioambientales y de derechos humanos que ocurren en el mar a nivel global.
Publicado en: El Sol de México