DW • ¿Dónde produce América Latina su basura nuclear y qué hace con ella?
442 reactores nucleares de potencia operan hoy alrededor del mundo y otros 53 están en construcción. De ellos, en América Latina hay siete operativos y dos en construcción. ¿Qué se hace con los desechos nucleares?
La energía nuclear es tema en América Latina desde las décadas de 1950 y 1960, cuando Argentina, México y Brasil establecieron organizaciones gubernamentales para explorar su desarrollo, recuerda la web especializada World Energy Trade. Hasta hoy, estos tres países concentran los comparativamente escasos reactores nucleares de potencia latinoamericanos.
El accidente nuclear de 2011 en Fukushima, Japón, hizo que algunos países industrializados como Alemania comenzaran a abandonar esta tecnología y buscaran emplazamientos permanentes y seguros para sus residuos radiactivos. Pero, al menos estos tres países de América Latina, al igual que otros llamados ‘países en desarrollo’ como la India y China, parecen seguir apostando en sentido contrario. Pese a que esta sigue siendo para la región una fuente marginal de generación de energía, en Latinoamérica hay varios proyectos de ampliación de capacidad nuclear.
Argentina, líder de la industria nuclear latinoamericana
“El futuro de la energía nuclear está en América Latina”, pronosticaba en 2017 Cristian Vega, presidente de la Asociación Argentina de Jóvenes Nucleares, en la revista Forbes. Su país fue el precursor del uso de esta tecnología en la región, y dispone hoy de tres centrales nucleares que, operadas por la estatal Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NASA), producen cerca del 6% de la energía que consume la nación.
Estas son: Atucha I y II, ubicadas en el mismo complejo en la localidad de Lima, partido de Zárate, a 100 kilómetros de Buenos Aires; y Embalse, 110 kilómetros al sudeste de Córdoba (recién renovada en un parón de tres años, para extender la vida útil de su reactor por otros 30 años).
Además, confirma el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), la Comisión Nacional de Energía Atómica argentina (CNEA) construye desde 2014 el pequeño reactor modular CAREM25, ubicado también en Lima; pero su puesta en marcha, programada para 2017, se ha retrasado. Y se hallan en curso negociaciones -con la Corporación Nuclear Nacional de China (CNNC) y con Rusia, según World Energy Trade- para la posible construcción de otra futura central nuclear.
Argentina es “uno de los países más avanzados de América Latina y uno de los diez países con mayor desarrollo del mundo” en el campo de la industria nuclear, asegura la web de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). A ella pertenece el Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson (IDB), adscrito a la CNEA y con sedes en dos de los tres centros atómicos que se dedican a la investigación y desarrollo de tecnología nuclear en el país: el Centro Atómico Ezeiza y el Centro Atómico Constituyentes.
Además, Argentina cuenta con el Centro Atómico Bariloche, en la provincia sureña de Río Negro, y no pocas empresas estatales involucradas en la producción de nucleoelectricidad: la planta productora de dióxido de uranio Dioxitek, la fábrica de combustibles nucleares argentinos CONUAR, o la planta productora de agua pesada de la empresa de servicios de ingeniería ENSI.
Brasil, “en el menor plazo posible”
Brasil, que lleva décadas tratando de expandir su industria nuclear, tiene actualmente dos reactores de potencia en funcionamiento en Angra dos Reis, a unos 150 kilómetros de Río de Janeiro: Angra 1 y 2 cubren cerca del 3% de las necesidades energéticas del país.
La construcción de un tercer reactor nuclear para la generación de energía eléctrica, Angra 3, se vio paralizada hace varios años por falta de financiamiento y por un escándalo de corrupción que involucró a altos directivos de Electrobras Eletronuclear S.A., operadora de Angra y encargada del proyecto. Pero su reanudación está prevista “en el menor plazo posible”, se lee en informes del OIEA. Mientras, Eletronuclear ha adelantado que planea completar Angra-3 en asociación con la CNNC china, la EDF francesa o la Rosatom rusa.
Además, desde 2018, Brasil proyecta construir su Reactor Multipropósito Brasileño (RMB), en el Centro Experimental de la Marina de Guerra, en Iperó, estado de Sao Paulo. Para ello, negocia actualmente con Argentina. Su objetivo: sustituir un reactor nuclear de tecnología antigua y baja capacidad de producción de radiofármacos, que ha obligado al país a elevar cada vez más sus importaciones para el diagnóstico y tratamiento de oncología, cardiología, hematología y neurología.
México, “muy mala opinión pública”
México, en tanto, posee dos reactores nucleares que generan alrededor del 5% de la energía total del país. Ambos se encuentran en la Central Nucleoeléctrica Laguna Verde, en Veracruz, y son propiedad de la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
Además, el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) tiene un pequeño reactor experimental, confirma a DW Emilio Godoy, consultor de Greenpeace México. Y, según reportes de la revista Forbes, a fines de 2019, la CFE ha estado evaluando la instalación de otros cuatro reactores en el país: dos más en Laguna Verde y otros dos en la costa del Pacífico.
El actual Gobierno, efectivamente, “prefiere las energías tradicionales a las renovables, e incluye entre aquellas a la energía nuclear: la ven como una vía para consumir energía limpia y reducir gases de efecto invernadero”, plantea Godoy. Sin embargo, “la energía nuclear tiene mala opinión pública en México”, donde más de la mitad de la población desconfía de ella, asegura.
A eso contribuyen también series recientes de la cultura pop como “Chernóbil”, de HBO. Pero, al mismo tiempo, el reporte de 2018 de la Asociación Mundial de Operadores Nucleares (WANO) otorgó una “muy mala calificación” a Laguna Verde-1 y 2, que se ubicó en los puestos 30 y 32 de 36 evaluados, señala. Entre sus peores indicadores estuvo el de exposición colectiva de trabajadores a radioactividad, precisa el consultor de Greenpeace México. Así que al Gobierno no le será fácil vencer la resistencia popular, opina.
Otros planes latinoamericanos
Además de Brasil, México y Argentina, otros países latinoamericanos han querido apostar a la energía atómica en las últimas décadas. Algunos, sobre todo en el campo de la generación de energía eléctrica, se han arrepentido. Otros, siguen adelante con proyectos menores.
La Venezuela de Hugo Chávez, por ejemplo, que había firmado en 2010 un contrato con Rusia para construir una central nuclear, dio marcha atrás tras la desgracia japonesa. Y lo mismo hizo Chile con aspiraciones similares. Por eso, solo dispone hasta la fecha de dos pequeños reactores experimentales con fines médicos y de investigación, en los centros de estudios nucleares La Reina y Lo Aguirre.
En la misma cuerda, en Bolivia, el actual Gobierno interino asegura que ha agilizado dos proyectos de energía nuclear con fines pacíficos iniciados durante la gestión del expresidente Evo Morales. Se trata de un centro de investigación adjudicado a la empresa estatal rusa Rosatom, en El Alto, previsto para 2023. Así como tres centros de medicina nuclear, destinados especialmente al tratamiento del cáncer, cuya construcción se adjudicó la estatal argentina INVAP, en las ciudades de La Paz, El Alto y Santa Cruz.
¿Y la basura?
Pero, ¿qué hacen o harán estos países con los desechos de sus centrales nucleares, reactores de potencia y laboratorios que usan o producen materiales radiactivos? Según Carla Notari, decana del IDB de la UNSAM-CNEA, Argentina aísla por períodos acotados los residuos de intensidad baja y media, puesto que su radiactividad decae a lo sumo en unos 30 años.
Los combustibles gastados, por otra parte, que sí son residuos de mayor radiactividad, “deben aislarse por miles de años”, aseguraba Notari en 2019 en la web de la UNSAM. Sin embargo, matizaba seguidamente, en Argentina estos “no son considerados residuos porque contienen materiales potencialmente muy valiosos. Esos elementos están en almacenamiento transitorio hasta que se decida qué hacer con ellos“, insistió.
A diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Alemania, en Argentina estos combustibles no se entierran fuera de las instalaciones que las produjeron, sino que se almacenan en piletas blindadas, llenas de agua con refrigerante. Y, luego de varios años de enfriamiento, se guardan “en seco”, en silos de hormigón, precisaba el especialista en residuos radiactivos Jorge Vaccaro, docente e investigador del IDB, a la misma web.
En México, como en Argentina, por ley, “los residuos se almacenan in situ”, en depósitos previstos para estos fines en las centrales nucleares o centros de investigación, confirma a DW el consultor de Greenpeace México, Emilo Godoy. Y describe un proceso similar al argentino, con albercas de enfriamiento del combustible gastado para su posterior traslado a plataformas de concreto.
“Pero el proceso de traslado marcha lentamente, por debajo de las metas”, con el consiguiente riesgo de saturación de depósitos, advierte Godoy, basado en los propios informes de la CFE mexicana.
Y estos procesos de manejo de residuos fallan también fuera de las plantas. Así, por ejemplo, “cuando Brumadinho expuso al mundo la mala gobernanza del sistema de represas, una luz de alerta se encendió en el programa nuclear brasileño”, recuerda Matias Spektor, investigador de la Fundación Getulio Vargas, en varias plataformas digitales.
En Pozos de Caldas, Minas Gerais, una vieja mina de uranio acumula miles de toneladas de desechos de la producción de uranio que alimentó a Angra 1 entre 1982 y 1995. Por eso, el Gobierno Federal insiste en un nuevo marco regulador que permita recuperar la confianza de inversores privados para retomar la construcción de Angra 3 y expandir la minería de uranio.
Profesionales de la energía nuclear como Notari, defienden la idea de que “los volúmenes de los residuos radiactivos por unidad de energía generada son muy bajos respecto de los volúmenes de residuos que producen los combustibles fósiles que, a diferencia de los nucleares, en lugar de aislarse son dispersados en la atmósfera produciendo dos efectos importantes en el ambiente humano: contaminación del aire y aumento de la concentración de gases de efecto invernadero”.
Pero, para Godoy, hay contraargumentos claros: La energía nuclear es cara, “no es competitiva frente a las renovables”, insiste. Incluso los pequeños reactores modulares, ahora de moda, consumen menos uranio, producen menos desechos, pero tienen menor capacidad y su costo de generación podría ser mayor, asegura. “En ninguna parte del mundo se ha resuelto aún un destino seguro, definitivo e inocuo para la basura nuclear”, dice. Y el riesgo siempre está en que se agote la capacidad de almacenamiento, subraya, porque estos desechos “no se pueden reciclar o reusar y su desactivación toma mucho tiempo.”
Fuente: DW